La semana pasada salimos de Francia
nuevamente. Es curioso ver cómo, en muchos lugares, a medida que te
acercas a la frontera los pueblos pierden la estética, Es como si
cada uno de los paises en contacto esperase que se encargara el otro
de hacerlos bonitos. Decidimos salir de Francia por Bon Secours, cerca
de Valenciennes. Los últimos pueblos habían perdido el encanto de
la mayoría de pueblos por los que habíamos pasado. La arquitectura
era simple, casi industrial, pocas flores, papeleras rebosantes de
basura... Dormimos en el parking de un parque natural que en sus
buenos tiempos debió ser un exultante jardin de estilo inglés de un
chateau. Ahora las ortigas y otras hierbas salvajes habían
sustituido lo que suponíamos fueron extensiones de césped y flores.
Una sequoia gigante y otros árboles traidos de muy lejos, y un lago
artificial escondido eran parte de lo que quedaba. Los carteles con
las explicaciones estaban garabateados y rotos. Latas, botellas,
papeles y bolsas completaban el paisaje. Era evidente que llegábamos
a la frontera.
La carretera hacía la salida era
tremendamente recta y al final de todo, la iglesia de Bon-Secours,
una mole de piedra gris que parecía querer decir ostentosamente algo así como
“punto final”.
Sin darnos cuenta entramos en Bélgica.
No habían antiguas barreras y tampoco vimos ningún cartel de
despedida ni bienvenida. Pero el paisaje había perdido es
“bonitismo” francés. Sí, ya estábamos en Bélgica. Sospechamos
que Bon-Secours se convierte en Peruweltz al pasar la frontera.
Intentamos buscar una oficina de
turismo para conseguir algun mapa de carreteras, pero nada. En el
siguiente pueblo grande nos resulta imposible aparcar, así que
continuamos hasta Tournai. En Tournai encontramos una zona de
aparcamiento gratis con servicios para autocaravanas a 5 minutos del
centro. Iríamos a la oficina de turismo, cogeríamos un mapa y nos
iríamos hacia Brugge. Eso es lo que nos pensábamos.
La oficina de turismo no abría hasta
las 5, era la una. Iríamos después de la siesta del Teo. Pero el
Teo decidió no hacer siesta. Por suerte, al lado del aparcamiento
estaba la biblioteca juvenil. Era impresionante. Nunca había visto
una biblioteca infantil tan extensa. El Raúl encontró un libro de
excavadoras y otras máquinas que dejó al Teo fascinado y yo estuve
mirando libros de danza y circo. A las 5 fuimos al centro y cogimos
la información que necesitábamos. Cuando volvimos a casa decidimos
que nos quedaríamos por ahí un poco más.
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