martes, 23 de julio de 2013

Dejamos Francia de nuevo


La semana pasada salimos de Francia nuevamente. Es curioso ver cómo, en muchos lugares, a medida que te acercas a la frontera los pueblos pierden la estética, Es como si cada uno de los paises en contacto esperase que se encargara el otro de hacerlos bonitos. Decidimos salir de Francia por Bon Secours, cerca de Valenciennes. Los últimos pueblos habían perdido el encanto de la mayoría de pueblos por los que habíamos pasado. La arquitectura era simple, casi industrial, pocas flores, papeleras rebosantes de basura... Dormimos en el parking de un parque natural que en sus buenos tiempos debió ser un exultante jardin de estilo inglés de un chateau. Ahora las ortigas y otras hierbas salvajes habían sustituido lo que suponíamos fueron extensiones de césped y flores. Una sequoia gigante y otros árboles traidos de muy lejos, y un lago artificial escondido eran parte de lo que quedaba. Los carteles con las explicaciones estaban garabateados y rotos. Latas, botellas, papeles y bolsas completaban el paisaje. Era evidente que llegábamos a la frontera.
La carretera hacía la salida era tremendamente recta y al final de todo, la iglesia de Bon-Secours, una mole de piedra gris que parecía querer decir ostentosamente algo así como “punto final”.
Sin darnos cuenta entramos en Bélgica. No habían antiguas barreras y tampoco vimos ningún cartel de despedida ni bienvenida. Pero el paisaje había perdido es “bonitismo” francés. Sí, ya estábamos en Bélgica. Sospechamos que Bon-Secours se convierte en Peruweltz al pasar la frontera.
Intentamos buscar una oficina de turismo para conseguir algun mapa de carreteras, pero nada. En el siguiente pueblo grande nos resulta imposible aparcar, así que continuamos hasta Tournai. En Tournai encontramos una zona de aparcamiento gratis con servicios para autocaravanas a 5 minutos del centro. Iríamos a la oficina de turismo, cogeríamos un mapa y nos iríamos hacia Brugge. Eso es lo que nos pensábamos.

La oficina de turismo no abría hasta las 5, era la una. Iríamos después de la siesta del Teo. Pero el Teo decidió no hacer siesta. Por suerte, al lado del aparcamiento estaba la biblioteca juvenil. Era impresionante. Nunca había visto una biblioteca infantil tan extensa. El Raúl encontró un libro de excavadoras y otras máquinas que dejó al Teo fascinado y yo estuve mirando libros de danza y circo. A las 5 fuimos al centro y cogimos la información que necesitábamos. Cuando volvimos a casa decidimos que nos quedaríamos por ahí un poco más.

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