Por primera vez en mucho tiempo, las
navidades han tenido un poco de sentido. Nos hemos saltado los dos
meses de lucecitas, publicidad agresiva y sus falsos buenos deseos.
Cada año, a finales de diciembre, empezábamos a estar un poquito
cansados. Reuniones familiares porque sí, excesos de comida porque
sí, excesos de regalos porque sí... Creo que no éramos los únicos
que, una vez llegado el día de reyes, decíamos algo así como: “Qué
ganitas tenía de que pasaran ya las fiestas...”
Este año, en cambio, las reuniones
familiares tenían sentido. Hacía muchos días que no veíamos a la
familia y teníamos muchas ganas de que Teo los volviera a encontrar,
especialmente a sus primos que han crecido un montón desde que
marchamos. Hemos ido un poco locos de aquí para allá, durmiendo en
casas diferentes para que todas las yayas estuvieran contentas.
Muchas mañanas Teo se despertaba diciendo “¿Dónde estamos?”,
pero creo que valió la pena.
Con el tema de comilonas, la cosa ya
llevaba una tendencia hacia la coherencia desde hace algunos años.
Recuerdo que cuando era pequeña la cena de navidad podía consistir
fácilmente en sopa de galets de primero, y de segundo, bandejones de
gambas, gambots, cangrejotes de patas largas, mejillones rellenos y
almejas a la marinera... Todo ello después de un pica-pica de
canapés variados, espárragos navarros, jamón del bueno, ensalada
de la casa y según los años, cóctel de gambas. Ah! Y claro está,
de postre, para acabarlo de rematar, los turrones y polvorones. Y al
día siguiente, chispa más o menos a la hora de comer, pero en
versión carne. Y claro, entre fiesta y fiesta, tampoco podías dejar
descansar mucho a tu estómago porque tocaba comerse todo lo que
había quedado de los días anteriores...
Este año las comidas han sido más
normales, platos más sencillos pero igual o más deliciosos. Y en
cantidades normales. Bueno, una excepción: la hornada del tito
Paulino y la tita Meli por San Esteban. Yo no sé cuántos animales
(muertos, claro está) metieron en el horno de piedra, pero sobró
más de la mitad. Imaginaos cómo sería el piscolabis de antes. Pero
hay algunas cosas imposibles en este mundo, como que el agua se
convierta en petróleo o que la tita Meli se quede corta en una
comida. Oh! Mención especial al bacalao con alioli que se curró la
yaya Carmen y la súper paella de la Vero por reyes. ¡Por favor, qué
cosa más rica!¡Esto es lujo y lo demás son tonterías! Y es que no
hemos necesitado esas mariscadas, ni ponernos requeteguapos para
sentarnos en la mesa. El simple hecho de poder estar juntos ha
convertido esta navidad en algo especial.
Y finalmente tenemos el tema regalets.
Acordamos que los pequeños tomaban el relevo y los adultos dejábamos
de recibir. Bueno, nosotros hemos sido una excepción, porque nos
pagaron los billetes. La cosa se ha repartido entre el Tió y los
Reyes. Eso y un montón de pequeños “extras” por parte de las
abuelas cada vez que entrábamos en alguna tienda de juguetes. Pero
después de 8 meses sin ver al nieto no se les puede decir que no. El
Teo estaba alucinado y nos temíamos que no quisiese volver a su
casita con ruedas. Pero los últimos días ya empezó a decir que
tenía ganas de ir a la autocaravana.
Y a parte de todo esto, nuestros días
por España (todavía) han estado envueltos de un halo de fiebre,
mocos, cagarrinas, tos y estornudos en la familia. Como fichas de
dominó, hemos ido cayendo uno por uno. En el momento de marchar se
habían salvado 5 de 15, pero no sabemos si durante estos días han
acabado de pillarla. Nos temíamos que fuera un virus que hubiéramos
traido nosotros, porque realmente era muy fuerte, pero nos dijeron
que había más gente con virus así de resistentes. No nos hemos
puesto malos en todo el viaje y cuando el Teo se ha puesto malito
alguna vez, en un par de días está perfectamente. Esta vez, en
cambio estuvo dos semanas o más.
Esto y la disposición de las fiestas
en la semana nos ha dejado poco tiempo para dedicar a los amigos. Han
quedado pendientes cafés y zumos con Marta, Manolo, Leyre, Uriel,
Sandra, Sergio, Berta, Núria, Laura, Joan, Claudi, Isidro, Carol,
Carlos, la pequeña Inés, Susanna, todos los amigos de L'espaiet, y
muchos más que esperamos encontrar esta primavera. Seguro que lo
entienden.
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