Mi casa son las
estrellas
que están el el
firmamento,
mi manta, el agua del
mar,
y mi respiración,
el viento.
Después
de la aventura en la frontera y pasar por una ciudad más bien fea,
dormimos en un pueblo de cuatro casas, un bar y una mezquita. Un
consejo: si tenéis que dormir en un país islámico, no lo hagáis
al lado de la mezquita. El muyaidin llama a la oración cada cierto
tiempo. Los cantos pueden resultar agradables, pero a las 6 de la
mañana, no. De allí fuimos hacia la península de Gallipoli. Campos
de olivos, almendros y olor de higueras nos hacen sentir como en
casa. Y aquí nos hemos hecho los perezosos. La primera noche
dormimos al lado del puerto, ansiosos de estar junto al mar, pero al
día siguiente encontramos una playa en la punta más lejana de la
península. Estamos en nuestro hotel de lujo frente al canal de
Bogarti, donde el mar Egeo se junta con el mar de Marmara. Cargueros,
ferries y pescadores transitan arriba y abajo en el horizonte. Cielo
azul, sol radiante, brisa fresca, noche de luna llena. Habría sido
una tontería no parar aquí. Hemos pasado las horas en la playa
haciendo castillos de arena y pintando piedras con acuarelas. Para
comer, una cazuela de fideos con cangrejos recién cogidos de entre
las rocas. Momentos como éstos me hacen pensar en lo afortunados que
somos de poder estar aquí haciendo lo que hacemos. Y doy gracias a
quien se les tenga que dar por nuestra buena estrella. Mañana, si
nos apetece, tomaremos un ferry para cruzar el canal y dar una vuelta
por el país hasta llegar a Istanbul. Aún podemos costear unos días
hasta dirigirnos hacia el interior. Pero con este lugar el listón ha
quedado muy alto.
(19
noviembre 2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario