sábado, 23 de noviembre de 2013

Turquía. Esto promete...

Mi casa son las estrellas
que están el el firmamento,
mi manta, el agua del mar,
y mi respiración,
el viento.

Después de la aventura en la frontera y pasar por una ciudad más bien fea, dormimos en un pueblo de cuatro casas, un bar y una mezquita. Un consejo: si tenéis que dormir en un país islámico, no lo hagáis al lado de la mezquita. El muyaidin llama a la oración cada cierto tiempo. Los cantos pueden resultar agradables, pero a las 6 de la mañana, no. De allí fuimos hacia la península de Gallipoli. Campos de olivos, almendros y olor de higueras nos hacen sentir como en casa. Y aquí nos hemos hecho los perezosos. La primera noche dormimos al lado del puerto, ansiosos de estar junto al mar, pero al día siguiente encontramos una playa en la punta más lejana de la península. Estamos en nuestro hotel de lujo frente al canal de Bogarti, donde el mar Egeo se junta con el mar de Marmara. Cargueros, ferries y pescadores transitan arriba y abajo en el horizonte. Cielo azul, sol radiante, brisa fresca, noche de luna llena. Habría sido una tontería no parar aquí. Hemos pasado las horas en la playa haciendo castillos de arena y pintando piedras con acuarelas. Para comer, una cazuela de fideos con cangrejos recién cogidos de entre las rocas. Momentos como éstos me hacen pensar en lo afortunados que somos de poder estar aquí haciendo lo que hacemos. Y doy gracias a quien se les tenga que dar por nuestra buena estrella. Mañana, si nos apetece, tomaremos un ferry para cruzar el canal y dar una vuelta por el país hasta llegar a Istanbul. Aún podemos costear unos días hasta dirigirnos hacia el interior. Pero con este lugar el listón ha quedado muy alto.


(19 noviembre 2013)



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